sábado, 16 de febrero de 2013

Un mundo ausente de vida.

Dicen que cada persona elige a quién deja entrar en su vida.
Tampoco esto es cierto, es una afirmación que no resulta del todo verídica.
No podemos controlar de una manera tan sencilla nuestra vida, nadie elige cuándo nace y normalmente tampoco cuándo muere, no elegimos el lugar de nacimiento, ni cuál será la familia encargada de criarnos.
Es cierto que según se desarrolla la vida vamos tomando nuestras propias decisiones, pero en ese desarrollo tampoco elegimos las personas que se cruzarán en ella.

Algo que sí que creo que elegimos, aunque más que elegir debería decir construir, es nuestro mundo.
En nuestro mundo se encuentra todo aquello que queremos, lo que somos, lo que vemos, lo que sentimos, nuestros gustos, nuestras simpatías, nuestros miedos, etc.

Comparando nuestra vida con nuestro mundo, diría que no todas las personas que forman parte de nuestra vida están en nuestro mundo, e incluso, personas que forman parte de nuestro mundo, no forman parte de nuestra vida.
Somos los creadores de nuestro mundo, pero eso no nos convierte en los arquitectos de nuestra vida.

También puede darse la circunstancia de que la vida nos lleve a mundos muy distintos al nuestro, mundos desconocidos, mundos que nunca pensamos pisar, y que al fin y al cabo, mundos en los cuales tendremos que desarrollar nuestra vida.
 A veces nuestro mundo cambia tanto, que puede cambiarnos la vida.

He visto a personas cambiar tanto, que apenas puedo recordar cómo eran antes.
Con la idea: «si tú puedes yo puedo», estaba decidido a seguir sus pasos, pero su manera de vivir, y el mundo que crearon alrededor, sin duda no eran para mí, no podía habitar en su mundo, porque esa no era mi vida. El tiempo quiso pasar sin ofrecerme ningún tipo de ayuda, se convirtió en el verdugo encargado de apretarme los grilletes, y mis propios pasos ejecutaban parcialmente la condena. 

Me alejé, me alejé de todo cuanto pude, no me arrepiento.
La vida me llevó al mundo al que pertenecía, un mundo sin vida, pocas personas me echaron de menos, y fueron precisamente esas personas que me echaron de menos por las que me alejé. 
Pertenecían a mi vida, pero estaban fuera de mi mundo.
 La decisión que tomé me ha llevado hasta donde ahora estoy, intento construir nuevamente un mundo, un mundo que sea habitable, y pueda albergar vida.

Porque en las personas, como en la historia del universo, primero hay que construir el mundo, para que pueda existir vida. 
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Fragmento de El guardián entre el centeno, J.D. Salinger.

     - Tengo la sensación de que avanzas hacia una caída realmente terrible. Pero, sinceramente, no sé de qué tipo... ¿Me escuchas?
     - Sí.
     - Podría ser de esas en que a los treinta años te encuentras un día sentado en un bar odiando a todos los que entran con aspecto de haber jugado al fútbol en la universidad. O puede que llegues a adquirir la cultura suficiente como para aborrecer a los que dicen «Pienso de que». O puede que acabes en alguna oficina tirándole clips a la secretaria más cercana. No lo sé. Pero entiendes adónde voy a parar, ¿verdad?
     - Sí, claro.
     - Esta caída a la que creo que te diriges es de un tipo muy especial, terrible. Al que cae no se le permite ni oír ni sentir que ha llegado al fondo. Sólo sigue cayendo y cayendo. Es el tipo de caída destinada a los hombres que en algún momento de su vida buscaron en su entorno algo que éste no podía proporcionarles. O que creyeron que su entorno no podía proporcionárselo. Así que dejaron de buscar. Abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera. ¿Me sigues?
     - Sí señor.
     - Creo que un día de éstos, tendrás que averiguar adónde quieres ir. Y entonces tendrás que ponerte en camino. Pero inmediatamente. No podrás perder ni un minuto más. Tú no.

jueves, 12 de julio de 2012

Lo perecedero de la vida

Cada momento en esta vida aseguran que es único, y lo efímero del momento otorga a cada instante mayor belleza, algo que no se repetirá. Todo ello contribuye a enaltecer lo sucedido, a disfrutar la ocasión, pues parece que lo exclusivo tiene en sí mismo un mayor valor.
Después de lo que haya ocurrido, es nuestra memoria la que se encarga de esculpir el recuerdo, borrando, moldeando e incluso añadiendo con el paso del tiempo a su arbitrario antojo.

Al enmarcar todo en un final parece tener otro sentido, la vida no sería lo mismo si cada uno de nosotros no tuvieramos un final, ello debería invitarnos a vivir mejor nuestras vidas, a arriesgar más, pues pase lo que pase y hagamos lo que hagamos, todos terminamos de la misma manera.

¿Pero las cosas son más bonitas por tener un final?

Por lo general, el final de cualquier cosa que haya gustado dejará un sabor amargo, lo que se disfruta es el momento, y mientras ese momento transcurre no pensamos en el final, si se llega a pensar seguramente ni se quiera que llegue.
Entonces, el hecho de que las cosas cuenten con un final no aporta mayor belleza al momento.

La vida se vive con la vista puesta en el futuro, para eso se estudia, para eso se trabaja. Nuestro tiempo es limitado pero nos preparamos y vivimos como si no fuera a acabar nunca.
Lejos de entregarnos a nuestras pasiones las volcamos en el cuenco de la racionalidad, las teñimos con miedos e inseguridades y algo incluso más habitual, las escondemos.
Desconozco si son mejores aquellas cosas que tienen un final, y que una vez llegado este, permite analizar todo en su conjunto, o si por el contrario, será mejor aquello que vivimos como si no tuviera un final. La etapa de la niñez por lo general es la más feliz y la que más intensamente se vive, y a medida que se acerca el final y nos entremezclamos con el desencanto de la vida todo se diluye.

Siento que no estoy expresando la idea a la que me hubiera gustado acercarme, tanto hablar de finales y seguramente esta entrada debió encontrarse antes con uno. Intentaré que en una conclusión final pueda inferirse la idea que en mi vano intento quise manifestar.

El tiempo siempre viene acompañado de principios y finales, todo principio conlleva un final, todo final comporta un nuevo principio. Todo lo que nos produzca algún tipo de satisfacción tendemos a alargarlo en el tiempo, incluso en las relaciones sociales, especialmente amorosas, se tiende a adueñarse del tiempo y a pronunciar las frágiles palabras "para siempre". Otras veces, hay acciones que no comienzan por la cobardía ante un mal final.
Si las personas supieramos calcular el final de cada uno de nosotros, de nuestras relaciones sociales, me pregunto en qué porcentaje podría influir este dato, seguramente el espejismo del endeble para siempre es lo que nos haga comenzar los finales.

lunes, 28 de mayo de 2012

La vida como un gran teatro

Quién no ha oído alguna vez la metáfora de la vida asemejándola con una representación teatral. Bien es cierto, que cada cual parece interpretar su papel, cada cual tiene su propia máscara, se trata de aparentar, de encajar de algún modo, incluso aquellos que se reivindican como actores independientes acaban siguiendo antiguas ideas, doctrinas, ideales, principios... al fin y al cabo, papeles ya escritos, un guión que interpretar.

La metáfora parece hacerte creer que tú eres el protagonista, el público estará expectante a todo cuanto hagas, ¿acaso te seguirán con la mirada de un lado a otro del escenario? ¿Reirán contigo? ¿Llorarán contigo? ¿Los conmoveras? ¿Los escandalizaras? ¿Estremecerlos?
Cuántos creeran que todo gira a su alrededor, que elaboran y resuelven los conflictos y que la historia estará basada en ellos, al fin y al cabo, eso es lo que significa ser el protagonista.

En mi opinión, esto es mentira, nos engañaron, o al menos, se quedaron cortos en la metáfora.
Si cada uno fuese el protagonista de su propia obra, no habría suficientes escenarios, ni mucho menos habría un público que contemplara la función.

En la representación teatral, siempre ha de acudir un público, y en el teatro, como en la vida, ahí es donde nos situamos la mayoría de nosotros, unos tienen asientos más cómodos que otros, unos podrán ver la obra mientras que otros tendrán limitada su visión a la ancha espalda del espectador que tendrán delante, el resto tendrá que presenciarla de pie. Mientras a unos les harán llegar todo cuanto quieran con tan solo alzar su brazo, a pesar de las molestias que causen al resto, los demás habrán de levantarse, en su intento a unos ni siquiera les volverán a dejar entrar, y lo que es peor, habrá personas que tengan prohibido la mera asistencia como público.

¿Qué os hizo pensar que seríais los protagonistas y gozaríais de un público atento? No puedo evitar que autoproclamarse protagonista me suene pretencioso. Seguramente os situéis en el público y deberéis de aseguraros de que haya sitio para vosotros. Es posible que encontrarais algún asiento libre, pero, siempre habrá algún acomodador que os indique cual será vuestro lugar.

No niego que no haya protagonistas en este imaginario, pero aquellos protagonistas son inmortales, personajes históricos que encandilaron al público, que decidieron subirse a las tablas e interpretar su papel, hombres y mujeres que vivieron sin miedo y su obra siempre será recordada hasta que el telón, de este teatro llamado vida, decida bajar. Personas con las que tan solo nombrarles ya sabes situar la época del teatro, el tipo de representación e incluso el resto de actores que los acompañaron.
Pero en un teatro más modesto, serán escritores, artistas, actores, deportistas, modelos, cantantes, etc., los que serán admirados y aplaudidos.
Y mientras miramos a los actores principales, que decidieron actuar sin importarles demasiado el público que asistiera, caemos presos de nuestra envidia, concibiendo que el asiento de los demás ha de ser mejor, fomentando esa apatía que nos impide levantarnos, y por lo menos, sentarse y disfrutar de la actuación donde uno prefiera.

Quizás, lo único que comparta sin ningún tipo de contemplación, es que en la vida, al igual que en el teatro, el aforo es limitado, y no todos podrán disfrutar del espectáculo.

martes, 3 de abril de 2012

Un regreso sin historia

Y aquí estoy de nuevo, en la penumbra de mi habitación con la tenue luz del flexo y el eco de mis pensamientos. Mucho ha llovido desde la última vez que escribí aquí, pero en realidad, nada ha cambiado, nada, excepto el tiempo, pues éste nunca se detiene.

¿Por qué volver a escribir ahora y no antes? Lo cierto, es que no sé porque no escribí antes, pero tal vez sepa porque estoy escribiendo ahora, o al menos, tenga cierta percepción sobre ello.
Esto es algo sobre lo que pensé con anterioridad, algo con lo que intenté que me ilustraran, de momento todo ha sido en vano.

Imagínense vagando por un camino, es un camino espléndido, a ambos lados luce bonita y llamativa la vegetación circundante, incluso el mismo sol percatado de la belleza del lugar parece colaborar con su calor acogiendo todo el conjunto y creando un clima agradable, las escasas nubes que aparecen ralentizan su marcha y aportan, aún sin saberlo, más encanto al lugar, ya que parecen dibujar un precioso fresco en el cielo con sus imaginativas y extravagantes formas.
No creo haber estado en un lugar mejor, y consciente de ello, he decidido descalzarme y continuar por el sendero, es entonces cuando, al sentido de la vista, seducido por el paisaje; al olfato, embriagado por el aroma que desprenden las plantas; y al oido, encandilado por la partitura que parecen interpretar en armonía una orquesta de pájaros, se le une el sentido del tacto, al poder sentir el frescor del frondoso camino que se transita.

Pero al caminar, una nueva idea ha irrumpido con una fuerza atronadora en vuestro ser, es por culpa de esa idea cuando comienza a ser fatigoso lo andando, y sentís, por primera vez, que vuestras piernas flaquean, andasteis mucho antes de llegar a la atractiva vereda en la que os encontráis y eso es algo que no podéis olvidar. La idea, capaz de crear el tormento y alejaros del lugar al que habeis conseguido llegar, es la incertidumbre del camino, no conocéis el camino, no sabéis adónde lleva, no sabéis cuan largo es... la inquietud y el temor son vuestros nuevos compañeros de viaje, y ahora, vaciláis ante cada paso que dais, y, algo más curioso, no sois dueños de vuestros propios pasos, es el propio camino el que parece invitaros a andar y perdéis algo tan valioso como el control de uno mismo, pese a la felicidad que os aporta. La única preocupación, es que todo ello sólo sean cantos de sirena.

Mientras todo esto ocurría, siempre ha habido una alternativa, conocéis otro camino distinto a este, no obstante, es todo lo contrario a lo anteriormente descrito.

Este es un camino frío, tan frío que penetra en los mismos huesos, y el único sonido que sois capaces de discernir es el tiriteo de vuestra dentura, un frío que os estremece y del que no podéis escapar. Aquí no gozais de los sentidos, pues la vista es anulada por la densa niebla y la oscuridad; la respiración entrecortada impide la actuación del olfato; más allá del temblor de vuestros dientes no hay sonido alguno, la vida junto con la alegría parecieron abandonar esta senda, por todos lados asoman hirientes astillas por lo que, desde un primer momento, el tacto es inutilizable.

Pero, a diferencia del otro camino, sabéis la distancia de esta tortuosa senda, sabéis adónde lleva, sabéis lo que conlleva, y es un camino en el que vosotros sois dueños de vuestros pasos, mientras no se abandone el camino, pueden decidirse los pasos que se darán cada día, es un camino que debido a la tristeza que reporta, jamás querréis permanecer más tiempo del necesario en él, así que, su única ventaja, es el dominio de la dirección.

¿Por qué camino ha de optarse? Por el que asegura un maravilloso paseo cuyo destino se desconoce, en el que podríais daros cuenta, después de todo lo andado, que el camino que os fascinó y os cautivó los sentidos no llevaba a ningún lugar, y ahora, estáis más perdidos que nunca, o soportar las penurias de aquel otro camino cuya dirección está asegurada, aunque por causa de su oscuridad, se necesita de una luz que desconoceís si poseéis ni el tiempo que alumbrará.

Como he recordado anteriormente, el tiempo nunca se detiene, cuanto más paseo por la hermosa vereda, mas lejos se sitúa la otra senda. Al fin y al cabo, lo único cierto, es que sólo se hace camino al andar. Continuaré mi travesía por la senda que ha conseguido cautivarme, consciente de los posibles cantos de sirena, con la esperanza de que al final del trayecto no se haya transformado todo en una odisea, y que la luz de la que hace gala el sol, y que ha conseguido alumbrarme después de tanto tiempo, no acabe por cegarme.

lunes, 13 de junio de 2011

El arte de matar.

¿Es lícita la muerte de un animal si se lleva a cabo desde hace siglos por el divertimiento popular?, ¿y si su muerte conlleva beneficios económicos?, ¿acaso puede considerarse cultura su muerte?.
Me gustaría llevar a la reflexión con dichas preguntas, son algunos de los argumentos más utilizados por los taurinos para defender lo que ellos llaman “la fiesta nacional”, que dicho esto, curioso término cuando más de la mitad de la nación le resultan totalmente indiferente este tipo de actos o están en contra.
Nadie puede negar que las corridas de toros estén basadas de principio a fin en la muerte del animal, por más que se camufle con una determinada estética. Picas, banderillas y finalmente la espada atraviesan el cuerpo del astado sin ninguna posibilidad de salir victorioso, ¿enfrentamiento entre el hombre y el animal?, inquietante revelación del maltrato animal…
Seamos realistas, las corridas de toros no son más que otro reflejo de la decadencia humana, capaz de entretenerse con semejantes actos cruentos y lo peor de todo, justificarlo.
No podéis seguir escudándoos en la cultura, ¿acaso no pertenecían los sacrificios humanos a la cultura de los pueblos indígenas de América, o las luchas entre gladiadores a la cultura de la antigua Roma?, son solo dos ejemplos muy recurrentes en este tipo de asuntos, pues no soy un experto en tradiciones de los pueblos, pero es evidente que en todas las culturas ha habido o hay tradiciones destructivas, ¿es justificable cualquier acto si tal acto es avalado por la tradición, sin cuestionar si es bueno o malo?, si ello fuese así, creo que viviríamos en un mundo totalmente distinto, con unas leyes y normas de conducta muy relativas.
De igual manera que la historia no puede ser juzgada con la visión contemporánea de nuestro tiempo, no pueden serlo las tradiciones, ya que la sociedad es distinta, en la historia se han realizado hechos buenos y malos que no pueden ser cambiados, afortunadamente las tradiciones no corren esa misma suerte.
Llegados aquí me gustaría desmontar algunos de los argumentos taurinos,  muchos comparáis la muerte de los toros con la muerte de los animales que nos comemos, ¿no deberíais comeros vosotros al astado para poder compararlo? Una cosa es la tortura y muerte por diversión y otra es la supervivencia, sin regocijo en ello, ¿acaso creéis que en la prehistoria cazaban a los animales sin causarles daño? , pertenecemos a la cadena alimentaria, no es algo comparable.
Defendéis las corridas alegando que sin ellas el toro bravo desaparecería, no es cierto, tan solo desaparecería vuestro modelo de negocio, las corridas existen por los toros bravos, no al contrario.
También justificáis la muerte del animal manifestando que ha sido muy bien cuidado, alimentado y tratado de tal manera que fueran cubiertas todas sus necesidades, como argumento es espeluznante…  ¿consideráis que eso da pie a la tortura y asesinato posterior?, es horrible solo pensar en ello, la tortura o asesinato de cualquier animal doméstico que hubiese sido bien tratado con anterioridad sería razonable según vuestra aplastante lógica, e incluso no quiero ni pensar ese procedimiento aplicado al ámbito humano.
Otra ocurrencia de las vuestras son las pérdidas de puestos de trabajo, en realidad si algo está mal debe ser cambiado o eliminado, no todo vale en este mundo, ¿habéis pensado por qué el trabajo de sicario no está legalizado?, seguro que se crearían también muchos puestos de trabajo, insisto, no todo vale en este mundo, y el asesinato es delito, no un negocio, pues vosotros mismos afirmáis, tanto que amáis al animal, que es criado con el único fin de vender su muerte.
Para instaurarlo como costumbre, volveré a terminar este escrito con una cita célebre, esta vez del escritor y periodista Manuel Vicent: “Si se admite que la belleza puede surgir de la sangre derramada, aunque ésta se inflija a un animal, es que uno ya tiene justificado en el corazón todo tipo de violencia”.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Todo comienzo tiene su encanto.

¡Caramba!, ¡Por fin tengo un blog!
Llevaba tiempo con la intención de crearlo, pero no acababa de encontrar el momento, ahora ya estoy aquí, y reconozco estar muy contento, diría incluso ilusionado.
En este blog no me he propuesto ninguna finalidad en concreto, como bien dice la descripción no hay intención más allá de plasmar mis pensamientos e ideas e incluso, ¿por qué no?, también mis sentimientos si alguna vez lo veo oportuno, pero al darles forma aquí intentaré que pasen primero por el filtro de la razón, mi razón, con todo ello quiero decir, que esto no será ningún diario en el que me dé a conocer ni cuente mis vivencias diarias, el único objetivo perseguido es dar a conocer mi opinión.
Este blog acabará siendo para mí como un pequeño refugio, me ayudará  a mejorar mi expresión, escritura y ortografía, daré a conocer mi opinión en diversos temas y con suerte conoceré a otras personas con mi misma ideología aunque de igual forma deseo la misma situación inversa, no es la intransigencia algo que marque mi carácter, aunque he de reconocer que hay conceptos inamovibles en mí, sin embargo aún es pronto para ese tipo de asuntos.
Una vez presentado mi blog, quizás debería presentarme yo, pero eso es mucho más difícil, de primeras adelanto ser un muchacho suspicaz y meticuloso, pero aunque parezca mentira aquí el protagonista no soy yo, así que espero que sean mis escritos tras los que se denote mi complicada personalidad.
Una vez creado el blog, continuaré el camino de la introspección que ya he comenzado,  seguro que me propondrá un reto para mejorar tanto capacidades intelectuales como psicológicas.
Acabaré con una gran cita célebre de una enorme carga significativa y simbólica, que bien podría resumir toda la esencia de lo dicho anteriormente,  “Conócete a ti mismo”, atribuida al filósofo Sócrates.